Tuvo que agacharse. No le apetecía, le dolía la espalda, pero el deber lo reclamaba con inmediatez. Al agacharse, a pocos centímetros de su cara, vio florecer de pronto un ecosistema completo. Un mundo insospechado, secreto y silencioso como el fondo del mar. Las pelusillas de diferentes tamaños y formas se estremecieron como algas bajo la corriente de su respiración.
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